¡Minna-san!!!
¡Otsukareina!!!
La verdad que yo siempre tuve en alto una de las virtudes más celebrada entre los japoneses como es el honor, pero a raíz de lo sucedido en éstos días ya estoy comenzando a dudar de ello o debo pensar que la tan mentada occidentalización del Japón no sólo está matando sus tradiciones tan celosamente conservadas por siglos si no que también está echando a perder los valores de un pueblo tan orgulloso de ellos.
Siempre he pensado que los padres son los primeros pilares en los que debe apoyarse un hijo, pilares en los que descansa nuestro presente y nuestro futuro, hasta que llegue el día en que podamos valernos por nosotros mismos, pero eso si, jamás olvidando el apoyo, el esfuerzo y el sacrificio de nuestros padres por hacernos mejores personas cada día. Ellos son los que velan nuestros sueños, que vigilan cada paso que damos, que celebran nuestros triunfos y sufren con nosotros cuando fallamos.
Es por eso que me resulta increíble que sean los mismos padres de una niña los que se hayan encargado de pulverizar sus sueños, anhelos y ganas de salir adelante, por una de las razones más fútiles, desleznables y egoístas que puede exhibir un padre como es el dinero. Y ésto me dió una lección algo dura y bastante difícil de asimilar. Ahora resulta que los sueños de los hijos se miden no por lo que valen como método de superación si no en cuanto valen en términos económicos.
O sea, el padre de una niña que estaba aprendiendo que las cosas se obtienen con bastante sacrificio decidió de buenas a primeras que si su hija no rinde en términos económicos o dicho de otro modo si su talento no genera más dinero que el que el susodicho piensa, no vale nada. O sea que los sueños de su hija, su esfuerzo, sus deseos de salir adelante y su sacrificio no tiene la menor validez a menos que se exprese en yenes.
Y pensar que a mi me hubiera gustado ser padre y darle todo a mi hija, pero a un infeliz al que la vida lo bendijo con una hija linda, humilde y talentosa sólo se le ocurrió la idea de destrozarle los sueños, pisotear sus esperanzas y negarle el hacer lo que a ella le gusta. Vaya padre.
Ojalá que la niña no se rinda, pero ya me imagino lo que hará el día que cumpla la mayoría de edad y no hace falta ser adivino para suponerlo.
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